Como
individuos nos relacionamos con otros porque está en nuestra naturaleza buscar
compañía. Somos gregarios y por ello buscamos otras personas con quienes
convivir en cada día de nuestra existencia. Es una necesidad buscar con quien
conversar, cambiar impresiones, opiniones, arrebatos y otras maneras
de ir por la vida.
Aún
cuando tuviéramos a la mano algún otro ser vivo (llámese gato, perro,
pez o cualquier otro) en quien pudiéramos verter algunas de nuestras
manifestaciones de afecto y cuidado, existen otros sentimientos y
emociones que definitivamente queremos depositar en una persona, sentir
satisfacción y una retroalimentación por ello. Esas son relaciones humanas y
para ellas utilizamos un código que nos permite entendernos: la comunicación.
Proceso que para ser exitoso necesita un mensaje que envía el
emisor y capta un receptor para su entendimiento y retroalimentación.
Cuando
somos capaces de comunicarnos con el o los otros de manera pragmática (entiéndase de
manera verbal y corporal) nos percibimos como un grupo (ya sea ocasional o
duradero). De hecho, aprendimos el arte de la comunicación dentro de un grupo y
en él comenzamos replicando el patrón que ahí observamos. Éste se
convertirá en nuestro sistema de creencias, en tanto nos atrevemos a innovar y
experimentar nuevos modos de relacionarnos.
Cuando
somos capaces de comunicarnos con el o los otros de manera pragmática
(entiéndase de manera verbal y corporal) nos percibimos como un grupo (ya
sea ocasional o duradero). De hecho, aprendimos el arte de la comunicación
dentro de un grupo y en él comenzamos replicando el patrón que ahí observamos.
Éste se convertirá en nuestro sistema de creencias, en tanto nos atrevemos
a innovar y experimentar nuevos modos de relacionarnos.
Hacerlo
es madurar: relacionarnos con otros es lo que nos dará la oportunidad de
experimentar en nuevos grupos y a la larga también nos proporcionará sentido de
pertenencia en cada grupo en el que logremos desenvolvernos, pues habremos
sido capaces de interactuar buscando un equilibrio que nos dé estabilidad
relacional. De hecho, aplicar en cada interacción la regla de oro de “tratar a
los otros como me gustaría que me trataran a mí” es la mejor manera de prevenir
la violencia y mantener en alto nuestra autoestima promoviendo la de alguien
más.
Desgraciadamente,
es también en esos grupos donde se favorecerá la aparición de relaciones
impregnadas de conflicto que pueden volverse violentas. En la familia es
donde se viven la mayoría de los casos de violencia, sea contra los niños,
las mujeres, los adultos mayores, personas con capacidades diferentes o incluso
contra los hombres. Sin embargo los otros grupos donde también se convive de
manera más o menos recurrente, como la escuela o el trabajo también
presentan el riesgo de experimentarla, dado que en ellos también se
convive y se puede iniciar una escalada de poder en el proceso de
relacionarse, por el deseo de dominio de unos sobre otros, aunado
a la falta de asertividad y baja autoestima en otros.
Sobre
esto Ifá en Ogbè Iyonu (Ogbe Ògúndá) dice:
La ira es
hijo de Ògún
El
temperamento caliente es el hijo de Ìja
Atétù, es
el poseedor de Ìwà-pèlé es hijo de Òrúnmìlà
Ira, hijo
de Ògún
Yo no te
deseo aquí
Temperamento
caliente, hijo de Ìja
Yo no te
necesito aquí
Atétù, el
poseedor del buen carácter, el hijo de Òrúnmìlà
Es a ti
al que yo deseo aquí.
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